12.10.2013

Crónica de un suicida I

Fue hace una luna que me puse a platicar con ella, una vieja amiga, que a pesar de que siempre me he sentido algo atraído por su singular belleza no puedo decir ciertamente que la suelo extrañar, pero eso sí, siempre que charlamos me recuerda que estoy vivo.

Aunque en está ocasión fue diferente, la conversación se tornó un tanto extraña, hablamos de temas muy profundos de nuestras almas dejando a un lado las banalidades del mundo, no sé si fue por el frío de la noche, el calor de las copas o la nota cadenciosa del piano, pero me platico cosas que me dejaron helado, un escalofrió recorría toda mi espina dorsal y se extendía a lo largo de mis extremidades para culminar en mi cuero cabelludo haciendo que se me erizara la melena o lo poco que queda de ella mientras relataba parte de su vida; me dio un poco de pena saber todo eso que me conto, siempre trabajando sin descanso alguno, nadie quien le comparta sus momentos de alegría, todo para ella es tristeza, tiene muy pocos amigos, yo soy uno de ellos, las demás personas le temen como si fuera un tirano, la aborrecen y le huyen en cuanto pueden, ni si siquiera la suelen nombrar, otros tantos solo le hablan para que con su trabajo les haga el favor que buscan.

Nunca había sentido tanta tristeza al ver llorar a alguien, no creí que le afectara tanto; en los 20 años que tengo de conocerla y hace 10 años a raíz de mi primer intento de descubrir si hay un creador, fue que nos hicimos más íntimos; nunca había mencionado algo como esto, nunca la había visto sollozar, en algunas ocasiones llegue a pensar que carecía de la capacidad de sentir, siempre la vi fría, estoica y con esa mirada serena, como si nada le afectara, pero ahora, toda imagen que tenía sobre ella cambio, la siento más cercana a mí, incluso esas lagrimas que brotaron de sus ojos hicieron que estos tuvieran un brillo especial, atractivo, una belleza sin igual, su rostro se tornó de diferente color, y su mano que estaba asida de la mía, ya no era gélida como antes como cuando solía acariciar mi rostro.

Hoy rio con ella, la acompaño en su llanto y en su soledad, no somos tan diferentes después de todo, al final de cuentas no es su culpa tener ese trabajo que hace que todos la desprecien. No sé si estoy empezando a quererla, pero su presencia hace vibrar mis entrañas, me genera esa sensación de proximidad al peligro o a una gran aventura, no puedo decir si esto se traduzca como amor, pero todavía no es momento para que estemos juntos, sé que eso le parte el corazón, aunque no me lo ha dicho, ella es fuerte, ya ha esperado 20 años, sé que puede esperar un poco más, al cabo que al final, cuando nos reunamos por última vez, será para siempre.

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